“Vidal Asencio y los quiullas”
Autor: Luis N. Gamarra Yurivilca
A mediados del siglo pasado, en San Pedro de Cajas, comunidad campesina situada en las afueras de la Perla de los Andes, cerca de la histórica pampas de Chacamarca, entre Junín y Tarma, en el camino que va de Condurin a Guagapu y al santuario del Señor de Muruhuay, pasando un galpón vivía, un hombre llamado Vidal Asencio Meza, al que le decían Ashensho devoto de Virgen María, porque en la iglesia vetusta solía rezar a todo pulmón, cantando, bailando y haciendo complicados movimientos como la gaviota.
El comunero era agricultor, no precisamente de esos agricultores técnicos que hacían surcos con arado de bestias, sino un agricultor tradicional, muy hábil para abrir surcos, aterciopelaba en forma de cruz el puño para echar las semillas, a ritmo de picote avanzaba y en un movimiento de herramienta en zigzag subía y bajaba enterrando las semillas de manera impresionante.
Vidal gozaba del apreció de sus paisanos. Nuestro agricultor tenía un solo defecto: No se llevaba bien con los ricos, le gustaba formar parte de las costumbres religiosas, pedía por los pobres, encaraba abiertamente contra los encargados que decían recibir la fiesta con devoción, ponía por el suelo al mayordomo del Niño Jesús, llamándoles públicamente, expoliador, discriminador y sectario, le decía de los matarifes y los compinches, que secundaban a la mayordomía, que pertenecían todos a la misma cuadrilla de estafadores, pervertidos, ingratos e incrédulos. “¡Que el diablo se lleve a todos sus generaciones hasta el abuelo Agapito, con el tío Julio Espinoza de yapa!”
Los vecinos de Vidal lo consideraban un buen cristiano, un hombre de fe. El agricultor pregonaba siempre andanadas de versículos completos de la biblia citados al azar, frases populares que invocaban a los mayordomos a hacer fiesta y dar de comer al pueblo de Dios a menudo mesclado con palabras quechuas, Vidal tenía siempre las palabras justas en la boca. Tenía, además, una voz como el rumor de pajonales, a veces un poco susurrante como cantos tristes.
Conocía todas las tradiciones y sabía todas las tonadas de las danzas y canticos navideños. Le gustaba siempre estar al lado del cura presenciando la misa. Era responsable del libro de actas donde atestiguaba las firmas de aquellas personas que recibían la fiesta del pueblo.
Aunque Vidal Asencio era pobre de nacimiento, era rico en valores, se negaba a perder por esa causa su dignidad. _Al contrario _decía_; cuanto más pobre, más santificaré la fiesta.
Y aquí ponía en tapete una de sus exigencias citadas, hacer que la fiesta sea de participación y disfrute de todo el pueblo.
En suma, Vidal era un hombre “Pobre pero entusiasta”, bajo de estatura, tenía el cabello lacio pintado con unas cuantas canas, ojos como el crepúsculo, la boca ancha y abultada al costado, sus verdísimos dientes se veían cuando hablaba; vestía medias de lana, y puesto su mullo poncho iba saboreando el romance andino de la coca. Se alejaba tarareando una canción para sí:
Aquí viene agricultor……..
A festejar nacimiento de niño….
Ashensho un domingo de lluvia después de las fiestas navideñas, estaba sentado en un banco junto al altar de la Virgen María muy callado, meditando. Entonces el cura le dijo; anda ve anuncia la misa dominical, él subió corriendo hasta el campanario y tocó una tonada tras otra, Vidal no perdía el ritmo. Los feligreses empezaron a congregarse en el recinto de la iglesia, como nunca antes.
La misa transcurría, el cura leía un pasaje bíblico mientras la multitud escuchaba muy atenta. En medio del gentío; las plegarias y el murmullo, Vidal estaba de pie, inmóvil, junto al pulpito y miraba al párroco sin apartar los ojos. La voz del cura era más enérgica y ronca cuando interpretaba la lectura:
Pues si alguno me ha causado tristeza,
no me lo ha causado a mí solo,
sino en cierto modo a todos vosotros,
por dividir la fiesta…….
Con estas palabras exacerbo el ánimo de los asistentes, la mañana se arreglaba con una suave brisa y el sol aparecía levemente en su esplendor, Vidal no dejaba de pensar en una fiesta popular que congregaría a todos sin excepción. Entonces, animándose, juntó sus manos y rezó con mucha fe el padrenuestro al pie de la imagen de la Virgen María y le pidió que le concediese hacer la fiesta en honor a ella, el cura que estaba muy cerca escuchó y sorprendido le dijo: ¿Qué fiesta? Vidal embriagado de emoción, repetía; esa fiesta. Entonces el cura, acercándose a él, lo miró de frente; _ ¿Hablas acaso de una nueva fiesta navideña? le dijo de una manera despectiva, Vidal estaba a punto de arrepentirse de lo dicho. Pero, conteniéndose, masculló; _Sí, la fiesta en honor a la Virgen María.
El párroco apretando la mano de Vidal, como si quisiera ayudarlo a corregirse, pensaba: _ ¿Y viene usted…., usted Vidal…, a pedir, otra fiesta navideña? ¿Usted, uno de los cristiano de la iglesia? Vidal Asencio sacó el acta que guardaba y escribió con su propio puño el compromiso y estampó su firma. Recibiendo inmediatamente la bendición del cura y de todos los presentes.
Su esposa se llamaba Tomasa Oscanoa, ella no estaba enterada de nada y era la otra cara de la moneda de su esposo; alta, trenzas gruesas, robusta; una pullucata bien cajonada con polleras bien bordadas y nunca iba a la iglesia. Después de enterarse de la bendición que recibió su esposo del cura, tomó las riendas en sus manos y ya no las soltó. En casa era ella ahora quien llevaba los pantalones. Vidal, le temía. Cuando la mujer abría la boca el agricultor se echaba a templar. Pues cuando se enojaba le daba de cachetadas como a su entenado. Vidal se sentía culpable, conformándose con decirle en respuesta una broma, o hacerle recordar el milagro de las Vírgenes.
-¿El mundo anda patas arribas? La respuesta no importa. El hombre siempre mandará, reza así la costumbre, y esta orden no la modificará nadie, aunque lo quisieran todas las ñustas andinas.
Un día de armachicuy volvió Tomasa del mercado, arrojó al suelo el canasto con compras ante la sorpresa de los visitantes _unas cabezas de cebolla, unos cuantos gramos de trigo, unas cuantas papas_ y exclamó airada: _¡Váyanse al diablo! Estoy estresada de tanto romperme la cabeza todos los días pensando en la comida que prepararé para la fiesta navideña. ¿Ni que tuviera la cabeza del Ministro de Agricultura! No tengo suficiente víveres. Agua con trigo y papas. ¡Qué Dios no me castigue! Pero además de ser pobretona, incrédula y desgraciada tengo una sola vaca. ¿Por qué? ¡Porque mi esposo, es un triste agricultor, no deja de ser un hombre cristiano! Reflexionó. ¡Una vaca es un animal del Tayta Shanti! Puedo preparar ponche de leche, hacer yogurt, un almuerzo, obtener quesos, y brindar una papa la huancaína. ¡Qué buena idea!
_Sí mujer, tienes buena idea_ respondió entusiasmado Vidal_. Ahora me toca hacer mi parte ¡Sembraré papas amarillas!
_¿Qué hago yo tan sólo con tus palabras? _Gritó Tomasa_. ¡Te estoy hablando de una cosa real, y sales con la siembra! ¡Te voy a traer una cosecha que te va hacer sentir feliz! ¿Quieres alimentarme con esperanzas, desgraciado ganapán?
¡Es momento de ponerme a trabajar desde hoy!
La mujer importunó a su marido con la historia repetida dos o tres veces por día, hasta que Vidal tuvo que prometerle, empeñando su palabra, que cumpliría con todo para la fiesta. Que conciliará su sueño tranquila y, sobre todo, que tuviera confianza.
Nueve meses habían pasado volando, cada nuevo día crecía la preocupación. Tomasa tuvo que hacer esfuerzos inhumanos para no caer en el desánimo, pues con tan solo pensar en los gastos que ocasionaría el contrato de los músicos y otros, le causaban terribles pesadillas. Vidal sabía muy bien de qué se trataba y se hacía cada día más taciturno. La madre de Vidal les recordó que la siembra era lo más imprescindible.
__¡No importa, hoy mismo acondicionó las herramientas, desguiaré la semilla, me prestaré unos soles para contratar peones. Dejó de hacer muchas cosas ese día. Para alistar todo para el día siguiente y trasladarse hacía Purhuaracra a preparar el terreno para siembra.
¿Por qué a Purhuaracra? Por dos razones. Primero, porque es un pueblo agrícola y la chacra era herencia de su abuelo. Segundo porque a Vidal Asencio le había garantizado su abuelo que la helada no afectaba y era cosecha segura.
Vidal, se levantó antes que cante el gallo, se persignó. Aguardo la llegada de los peones, pero éstos jamás llegaron. Y decidió ir solo, tomo sus herramientas, cargó las semillas en las acémilas, se amarró su faja y echo preocupado a caminar.
Era un hermoso setiembre de primavera, temporada de siembra, lloviznaba con un tibio beso del sol. Vidal Asencio no recordaba haber caminado en un día tan melancólico. Después de una larga caminata estando muy cerca al terreno percibió un hecho de que sucedía algo raro: una gaviota estaba dirigiendo el trabajo. Durante un instante, el agricultor Vidal no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez, sí había una gaviota que daba órdenes, al contemplar una danza laboriosa que inquietaba sus ojos, volaban de manera sincronizada centenares de quiullas y de ese extenso tapiz marrón salpicaba agujeros uniformes y rectilíneos. Nunca había escuchado el gorjeo de las aves, el suave movimiento de sus alas, al voltear la tierra con su puntiagudo pico y él aspiraba el olor de tierra escarbada.
Los días de Vidal Asencio transcurrían en otro ambiente. Era un milagro el espectáculo que observaba, apenas descargó las semillas. Sus pupilas veían como las gaviotas; echaban las semillas, tapaban los agujeros y otros traían abono desde muy lejos. En medio de la algarabía Vidal se sumó de repente al trabajo como había sido su costumbre en el campo desde niño; sólo que esta vez a disposición del Quiulla; debía cumplir la jornada, pero él no dejo de pensar en todo momento y dijo con determinación que era un milagro y no admitía más dudas.
Aquel día le costó concentrarse en la fiesta, y cuando dejó de trabajar, a las cinco en punto, estaba exhausto, sin darse cuenta, chocó con el burro que estaba junto al andén.
_Disculpa _ ¿gruño? mientras el burro saltaba y casi se espanta, instantes después, el agricultor se percató que se había enredado con la atadura. No parecía disgustado por el choque. Al contrario, paró las orejas con unos ojos amicales, mientras rebuznaba con una voz estruendosa que hacía eco en el Wamani. Vidal se apresuró a cabalgar en el burro y retornar a su casa,
La señora Tomasa no había tenido un día tranquila. Mientras sacaban agua del manantial, una vecina le chismeo de un hecho increíble, su esposo en la chacra, tenía pacto con el demonio. La vecina estaba casi segura de lo que decía ¡Porque el trabajo lo realizaba con ayuda de las gaviotas y avanzaba más que una maquina!
_Y, mientras tanto, cuchicheaban las gentes de los cuatro barrios que habían visto hoy a las gaviotas en una conducta poco habitual. Pese a que las gaviotas son silvestres y no era común verlas trabajando en labores agrícolas y junto a Vidal. El terreno en poco tiempo se cubrió de manto verde matizado con flores y alcanzó a dar frutos inimaginables.
Después de muchos dimes y diretes, llegaría la fiesta navideña, envuelto en una nieve que brillaba sobre el pueblo, un larguísimo cortejo se movía desde la iglesia hasta Charac. A la cabeza venía la alta y firme Tomasa que llevaba de brazo a Vidal con los ojos llenos de devoción y adornados con una banda de mayordomo que cruzaba todo el pecho. Detrás de ellos, bailaban el Quiulladanza un grupo de niños disfrazados, hacían coreografías bien elaborados al ritmo de una banda de músicos, venía Vidal Asencio triunfante como un emperador; luego la madre de Vidal vestida típicamente acompañaba emocionada, a la que seguía los familiares con vela en mano que encendían más el día; detrás venía las autoridades y todo el pueblo con oraciones y gritos de ¡Viva los mayordomos!, trompetas, bombos, platillos, campanillas y cohetes, porque todos querían ser parte de la fiesta y celebrar con ellos el nacimiento de Jesús. Para ellos era más que una fiesta; lo tomaban como un milagro para San Pedro de Cajas que festejaba con júbilo en honor a Virgen María, madre de Jesús, así fundaba una nueva costumbre para la honra y gloria de su tierra bendita.
La Virgen desde su altar veía llegar a los niños bailando el Quiulladanza y entonando cánticos, no tenía límites. Todas eran canciones para ella y su hijo.
En todos los hogares del pueblo de San Pedro de Cajas ya no se oscurecía más el sol de la cristiandad; Tomasa ponía en cuidado la costumbre que nacía de la fe de Vidal y no se echaba al olvido; y todos los años en el mes de diciembre, los acordes armónicos de una banda de músicos anuncian el nacimiento de Jesús del vientre de la Virgen María.